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ene – abr 2019

Fragmento de la crónica de la inauguración del ramal Apizaco a Puebla

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may – ago 2019índiceLorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Al llegar a Puebla el presidente, a las cuatro y media de la tarde, era preciosísima la vista que presentaba la ciudad. Hasta media legua salió la gente a saludar al tren deseado tantos años, y era un cordón de tres o cuatro hileras. En las casas y templos inmediatos a la estación se veían personas de todas las clases y condiciones, recibiendo un aguacero espantoso que en aquellos momentos se desprendía. Señoras bien puestas estaban enteramente empapadas; pero nadie hacía caso más que de ver el tren que producía latidos en su corazón, porque al fin era realidad lo que parecía una ilusión; porque ahora nadie se quedaría sin venir a México muy a menudo. No ha faltado quien pagara esa tarde cuatro y seis reales por estar en una azotea mirando llegar los trenes. La salva de orden anunció la entrada del Presidente, y cada chillido de la máquina el arribo de cada tren.

   Puebla parecía una ciudad de quinientas mil almas en aquel día, según el movimiento de la población. Se calcula en doce mil almas el incremento que en estos días ha tenido. De todas las poblaciones cercanas y aun de Orizaba, Jalapa y otros puntos lejanos han acudido. La carestía es tal, que un cuarto que apenas valdría cuatro reales por noche se ha hecho pagar a seis y ocho pesos y todos los víveres y mercancías han subido de precio: toda la ciudad se ha pintado, por varias calles se han erigido arcos triunfales, y como es tan aseada, se regocija uno de estar allí, así es que nuestros suscriptores deben agradecernos que sólo por ellos hayamos abandonado ayer aquella mansión por mil motivos grata.

En la noche toda la catedral fue iluminada con sus torres y cúpula, y la fachada del palacio tenía luces venecianas primorosas. Al frente de éste una música dio retreta al pueblo, que en masa creada escuchaba la música con mucho sosiego.

    La compañía que había hecho jadear a sus máquinas con la conducción de millares de mexicanos, tuvo la galantería repetida de dar un baile a los poblanos y mexicanos, poblanas y mexicanas, como para darles a entender que las dos ciudades hermanas no forman ya más que una sola, y que era preciso entregarse a la más completa alegría en celebridad de este gran suceso.

Fue escogido para sala de baile un preciosísimo teatro que no teníamos idea hubiese en Puebla, se formó el año pasado en la cárcel bajo el modelo de nuestro Nacional, y lo imita como una hija a una madre. Es mucho más pequeño, pero puede decirse que es su fotografía, a no ser porque sus palcos no son si no plateas, primeros, segundos y al fin la galería. Todo está pintado de blanco y oro con un cortinaje de terciopelo carmesí con fleco de oro.

Tenía el jueves diez y seis lindos candiles, y el foro estaba primorosamente adornado con trofeos militares que tanto hermosean un salón.

Tocó a Morales (que como los españoles a su pintor podemos llamar divino Morales) abrir el baile con sus dos soberbias marchas: ¡Salud oh Puebla! y Locomotora, que en buen castellano debe ser Locomotriz. Estas preciosas composiciones que dedicó a la compañía con el modesto nombre de marchas merecen más bien llamarse aberturas rápidas. Desempeñadas por ciento y tantos músicos, fueron sumamente aplaudidas y se repitieron a las cuatro de la mañana. La primera es una marcha guerrera muy suntuosa y llena de bellísimos pensamientos en que es tan fecundo el maestro mexicano. La segunda, aunque de un poco menos valor para nosotros, es la que el público acoge con más entusiasmo.

Después de la introducción y la primera parte, el maestro hace sonar a compás el látigo del cochero y los cascabeles de las mulas, después suena la campana, y con sumo ingenio el resuello, si así se nos permite llamar al de la máquina. Este ruido es imitado con un ancho tubo de hoja de lata lleno de piedrecitas de hormiguero. También se oye el clarín del vapor y hasta el ruido de las ruedas. Si el efecto fue grande, mayor será cuando estén perfectamente ensayados todos estos sonidos caprichosos. Creemos que se esperan mayores aplausos al simpático Melesio en su ciudad natal, México.

El baile estuvo suntuoso, y tan bueno que no servía, pues apenas se podía bailar, por el número de bellas.

Andaban por todas partes, mezclados los nuevos diputados con los secretarios del despacho, con los magistrados de los tribunales y con infinidad de empleados; en fin, lo que componía el tren que salió a las diez y veinte minutos.

Las mexicanas y las poblanas competían con elegancia, en hermosura y en animación. Si nos preguntan cuáles eran mejores diremos que ningunas; es decir que eran todas iguales y, por tanto, ningunas mejores.

El baile estuvo admirable, digno de la compañía, y nosotros salimos de él a desayunarnos y a tomar el tren para México, porque nuestro mayor deseo era contar a nuestros lectores cuanto vimos en Puebla.